Marx no fue quien descubrió las clases sociales. Antes que él. muchos pensadores habían dividido la sociedad por estamentos o clases en función de diferentes criterios. También los primeros autores de la economía política, muy especialmente David Ricardo (1772-1823), habían descrito a la sociedad como organizada en clases, esta vez de acuerdo a un principio basado en el lugar ocupado en la producción. El propio Marx reconoció su falta de originalidad y escribió que “no me cabe el mérito de haber descubierto la existencia de las clases sociales en la sociedad moderna ni la lucha entre ellas” Lo que Marx hizo fue recoger algunas de esas enseñanzas e incorporarlas en su propia concepción de la historia, el materialismo histórico. Como resultado, las clases sociales ya no serían por más tiempo simple reflejo o fotografía particular de la sociedad, sino un elemento central para explicar la dinámica de esta.
No obstante, y a pesar de ser un concepto central en su obra, Marx tampoco llegó a desarrollar una teoría de las clases sociales y ni siquiera definió con precisión el propio concepto de clase. De modo que es posible encontrar diferentes interpretaciones según los textos a los que nos acerquemos.[…] Aun así el concepto de clase en la tradición marxista se distingue de otras tradiciones por su relación con la explotación. Este concepto de clase basado en la explotación se considera una herramienta poderosa para explicar diversos problemas de nuestra sociedad moderna. Basar el concepto de clase en la explotación significa asumir que entre las clases sociales existe una relación por la que unas se enriquecen a costa de otras. Es decir, se dice que el rico explota al pobre si los ingresos del rico se obtienen a costa de los del pobre. Bajo un sistema capitalista, como vimos, ese mecanismo de transferencia se encuentra en la producción y supone la existencia de un proceso en el que el capitalista obtiene ganancias generadas por los trabajadores en la explotación.
Pero esta concepción de la clase basada en la explotación también implica algo más: que los intereses de una clase social son opuestos y antagónicos a los de otras. Los explotados están interesados en dejar de serlo, mientras que los explotadores están interesados en mantener la relación de explotación. Esto no quiere decir que sea imposible un “compromiso” entre dichas clases, lo que es imposible es la armonía.
Este es un principio básico de la tradición marxista y, además, una idea a tener muy en consideración en el marco de las alianzas políticas. El Estado de bienestar-o más acertadamente, el Estado social- fue el resultado de un compromiso de clase entre capitalistas y trabajadores por el cual los incrementos de productividad derivados de las mejoras tecnológicas y de organización se repartían entre salarios y beneficios. Así, tanto los salarios como los beneficios empresariales crecían años tras año, mientras que el sistema fiscal y financiero posibilitaba financiar servicios públicos que permitían a las familias de clase trabajadora ir por primera vez a colegios, universidades, hospitales e incluso vacaciones.
Naturalmente, esos compromisos tenían una contrapartida. Por un lado, la clase capitalista no podía ganar tanto como quería y, de hecho, tenía que asumir unos niveles de impuestos de hasta el 90 por ciento. Por su parte, la clase trabajadora institucionalizaba el conflicto social, que a partir de entonces tendría lugar de acuerdo a las normas y leyes vigentes, y renunciaba a la insurrección armada como mecanismo para conquistar el poder. Este sistema de compromiso entre capital y trabajo se vino abajo en torno a los años setenta, y le sucedió una ofensiva neoliberal aún vigente, que consiste esencialmente en retrotraernos al siglo XIX en derechos y libertades.
Ahora bien, estas transferencias que conlleva la explotación se dan en el seno del proceso de producción, lo que se llama distribución de la renta. No obstante, el Estado suele intervenir para corregir las desigualdades utilizando mecanismos como las ayudas públicas. En estos casos, el proceso se denomina “redistribución”. Hay que recordar que el Estado puede conceder este tipo de ayudas porque existe un sistema fiscal progresivo según el cual pagan más impuestos los que más tiene, lo que es similar a una transferencia de renta desde los ricos hacia los pobres. Hoy, por ejemplo, hay un 20 por ciento de personas en riesgo de pobreza, y ese porcentaje sería del 44 por ciento si no existieran las transferencias del Estado. En definitiva, al proceso natural del capitalismo para distribuir la renta (en beneficio de los explotadores) se le añade un proceso redistributivo para mitigar sus resultados (en beneficio de los explotados). Como es evidente, la existencia de mecanismos de redistribución, que además son permanentes, y no eventuales, implica a su vez la existencia de un proceso continuado de generación de desigualdad de ingresos.
Según la tradición marxista, esta desigualdad tiene su origen en los títulos de propiedad que dan derecho a explotar a otras personas y, en consecuencia, a apropiarse del fruto de su trabajo. Por eso el llamado Estado social- o las políticas socialdemócratas en general- no sería sino una medida para paliar la incesante creación de desigualdad bajo el capitalismo. Ser radical, ir a la raíz de la desigualdad, implicaría acabar con la fuente del problema que es la propiedad privada de los medios de producción.
[…] ¿Cuántas clases sociales hay? […] En el análisis del capitalismo Marx detecta la existencia de dos clases fundamentales que le permiten explicar el desarrollo de la propia historia: los capitalistas y los trabajadores. Desde este punto de vista, el capitalismo genera una estructura de huecos en las relaciones de clase que luego son ocupados por personas reales. Es como si primero existiera la estructura, creada por el sistema económico, y luego las personas reales que “hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado”. Estamos ante un esquema de clase típicamente polarizado en el que solo parecen existir capitalistas y trabajadores. Así, en este enfoque la clase es una realidad objetiva que varía según el desarrollo de las fuerzas productivas.
[…] Pero otra duda nos asalta: ¿cómo se establece quién es capitalista y quién trabajador? Para responder a esta pregunta tenemos que recordar que en la tradición marxista un sistema con relaciones de clase es aquel en el que los derechos y poderes que se tienen sobre los medios de producción están desigualmente repartidos entre la población, es decir, cuando una parte de la población dispone de esos medios de producción mientras que otra, normalmente más numerosa, no los tiene. Hay relaciones de clase esclavistas, feudales, capitalistas…y, bajo el sistema capitalista, la relación de clase principal se da entre capital y trabajo, que implica dos posiciones: capitalistas y obreros.
Así, lo fundamental para los marxistas es lo que sucede en el plano de la realidad objetiva, entendiendo por esta el ámbito de la producción capitalista. Esto quiere decir que un individuo es capitalista o trabajador no en función de su propia percepción, sino por el lugar que ocupa en el sistema económico capitalista. No establecemos quién es capitalista preguntándole a la gente cómo se siente, si capitalista o trabajadora, sino a partir de un análisis económico de las relaciones de clase. Esta definición es privilegiada por la tradición marxista frente a cualquier otra alternativa. Por ejemplo, en la actualidad es habitual clasificar a las clases sociales por los ingresos recibidos por los individuos o las familias. Desde el punto de vista marxista, esta clasificación es incorrecta porque no siempre los que tienen más ingresos son capitalistas y los que tienen menos son trabajadores; es verdad que esta es una tendencia que observamos en la realidad social, pero puede ser incumplida dado que hay múltiples formas de ingresos. Ningún marxista diría, por ejemplo, que un vecino al que le han tocado millones de euros en la lotería se ha hecho capitalista de pronto. Si ese vecino gasta toda su fortuna en comprar bienes de lujo, tales como mansiones y automóviles, volvería a ser evidente para todo el mundo que carece de una fuente de ingresos propia de capitalistas. Si, por el contrario, ese vecino decidiera invertir su fortuna en la adquisición de una gran empresa para garantizarse ganancias regulares a partir de la explotación de sus trabajadores, entonces sí sería un capitalista. De hecho, “en la teoría de Marx dos hombres (o mujeres) con igual nivel de ingresos pueden pertenecer a clases diferentes”.
A partir de estos conceptos emergen otros tantos de importancias […]Ya hemos hablado de los intereses de clase, que son los intereses materiales de la gente que ocupa una posición de clase determinada. Como hemos dicho, estos intereses se basan en la creencia de que a los explotados les iría mejor sin ser explotados y a los explotadores les iría mejor si siguen siendo explotadores. La conciencia de clase es la percepción subjetiva que tiene la gente respecto de sus propios intereses. De un individuo que está explotado pero cree que no lo está se dice que carece de conciencia de clase porque no es capaz de ver cómo su situación podría mejorar si defendiera sus propios intereses de clase. Las prácticas de clase son las actividades, individuales o colectivas, que se realizan para alcanzar los intereses de clase. Por ejemplo, una huelga de trabajadores es claramente una práctica que pretende mejorar los intereses materiales de vida de la clase explotada. La formación de clase son los grupos sociales que se han organizado para alcanzar sus intereses de clase. Por ejemplo, un partido político o un sindicato son formaciones de clase, pero también la patronal y las organizaciones de grandes empresas.
Finalmente, la lucha de clases son los conflictos entre las prácticas de individuos o colectivos que buscan alcanzar sus intereses de clase. La expresión “la historia de todas las sociedades que han existido hasta ahora es la historia de las luchas de clases” no quiere decir que todo lo que pasa a nuestro alrededor tenga que ver con la lucha de clases- parece evidente que, por ejemplo, el hecho mismo de ducharse cada mañana no responde a la lucha de clases-, sino que se refiere a lo que forma parte del curso significativo de los acontecimientos. Así, la lucha de clases es fundamental porque “se trata de un factor que condiciona y moldea muchísimos acontecimientos, instituciones y formas de pensamiento que, a simple vista, parecerían inocentes de la participación en tal lucha” y porque “desempeña un papel decisivo en la turbulenta transición de una época de la historia a otra”.
Estos conceptos y sus interrelaciones nos sirven para aproximarnos a un enfoque marxista muy útil para comprender cómo nos relacionamos como seres sociales bajo el capitalismo, así como para explicar las posibles transformaciones de nuestra sociedad. Por un lado, tenemos la estructura de clases, que es la configuración concreta, en una sociedad y en un tiempo dados, de las clases sociales. Es lo que define cuántos capitalistas, trabajadores, campesinos, financieros, rentistas, etc., hay en una sociedad y también el modo en que están vinculados. Esa estructura de clase dota a los individuos de una determinada asignación de recursos y establece los límites de actuación de cada clase social. La conciencia de clase, la formación de clase y la lucha de clases dependen todas de esa estructura de clases, y los cambios en ellas también están limitados por dicha estructura.
[…]Conceptos tales como conciencia de clase, formación de clase y lucha de clases se relacionan de forma compleja entre sí, y precisamente su complementación puede cambiar la estructura la estructura de clases. Si los trabajadores son conscientes de sus intereses de clase- conciencia de clase-, se organizan para defenderlos-formación de clase- y actúan consecuentemente-lucha de clases-, puede devenir la revolución y conseguir sustituir una estructura de clases capitalista por una estructura de clases socialistas. Al fin y al cabo, las estructuras de clases no solo son limitantes, sino también el resultado de las acciones individuales y colectivas de los seres humanos que se organizan y actúan.
[…]Para Marx las fuerzas productivas se desarrollaban hasta que las relaciones de producción se convertían en un obstáculo y, por lo tanto, se iniciaba una crisis revolucionaria. De acuerdo con esta tesis, y dados los fundamentos filosóficos de Marx según los cuales lo importante es el creciente poder adquirido por la humanidad para controlar la naturaleza, la base de la nueva sociedad será el sujeto productor. Este sujeto productor era el proletariado y tendría la misión histórica de acabar con el capitalismo y traer socialismo. Este proletariado es definido, entonces, por su lugar en el proceso de producción en su condición de explotado. Marx pensaba que, como las fuerzas productivas se desarrollaban incesantemente, el número de proletarios aumentaría sin cesar, lo que crearía las condiciones de la organización proletaria y de la conquista del poder. Su planteamiento, como hemos dicho, incluía la polarización de la sociedad entre capitalistas y trabajadores. Pero ¿qué era realmente el proletariado? En la época de Marx, el significado de esta palabra era evidente, pues el capitalismo del siglo XIX parecía absorber hacia las grandes industrias tanto a los campesinos como a todo tipo de personas que quedaban desposeídas de sus propios medios de producción. Durante la revolución de 1848, la misión de Marx era organizar a la emergente clase proletaria, convenciéndola de su misión histórica. Durante las décadas siguientes, el proceso de proletarización se profundizó de tal manera que parecía que la predicción marxista se estaba cumpliendo. Las grandes fábricas industriales con miles de trabajadores eran la referencia obvia para saber qué eran los proletarios. No hacía falta teoría, había que mirar la implacable realidad: coincidía con lo que había previsto Marx, Pero a finales del siglo XIX la cosa parecía estar cambiando y algunas novedades cuestionaban la tesis de la polarización de clases.
(Alberto Garzón. Por qué soy comunista. Editorial Península Atalaya. Barcelona. 2024)